Psicodelia, nostalgia y una estética visual impecable son algunos de los aspectos que hace que Fish Night sea a mi parecer uno de los mejores episodios que tiene Love, Death & Robots. Su director Damian Nenow y el estudio de animación Platige Image crearon una verdadera obra de arte alrededor de una historia espiritual e íntima. Este episodio resalta del resto, por una simple razón la armonía y utilización del color es simplemente mágica. Cada paleta de color te ayuda a viajar a través de escenas llenas de sensaciones y temperaturas en medio del desierto.
Este episodio logra que sea casi posible sentir que el asfixiante calor y los rayos del sol de ese desierto salen de la pantalla. La historia inicia cuando el Plymouth de dos vendedores puerta a puerta se recalienta y no tienen más opción que esperar ahí en medio de una carretera que solo ellos decidieron tomar. El modelo del carro y su profesión me dan la impresión de que esta historia se desarrolla a finales de los 70. Dos hombre recorriendo el país en un auto y las ventas de la semana no van nada bien. Uno de ellos es un joven blanco, rubio y que definitivamente ya necesita una afeitada, si pudiera describirlo de una manera seria altanero e impaciente, obligado por las responsabilidad a una vida que no desea pero llenos de sueños que nunca ha dicho en voz alta; el otro es un hombre mayor, cansado, canoso y paciente; hacen un contraste perfecto, incluso te podrían dar la sensación que son la misma persona en dos momentos distintos de sus vidas.
El hombre mayor sabe que no tiene más opción que pasar la noche ahí y antes del amanecer caminar hasta la estación de gasolina más cerca. Pasan las horas y eventualmente anochece, el viento y la luz de la luna hacen que el desierto se vea como el fondo del mar. Ambos hombres conversan sobre cómo el mundo es un lugar viejo y antes de nosotros no era más que un gran océano, lleno de criaturas fantásticas con la única preocupación de nadar y existir. El hombre mayor plantea la idea que si los espíritus de los humanos embrujan las casas, por que los espíritus del mundo no lo harían en lugares como ese valle en medio del desierto. Y a este punto incluso antes de ver el maravilloso despliegue de magia que venía, ya mi corazón se sentía emocionado por todas las ideas que recorrían mi cabeza.
En realidad no tengo manera de describir lo sorprendente que es el momento en que el océano y el recuerdo de sus criaturas fantásticas toman vida. Los colores, formas, luces podrían dejarte sin aliento si prestas atención. Gracias a los detalles en la animación eres capaz de sentir la magia, te emocionas cual niño y solamente puedes sonreír y disfrutar. Me hizo pensar en cuando era niña, cuando no tenía ni la menor duda de que la magia era real. Y no hablo de los trucos e ilusiones que pasaban por la tele o que veía en los circos. Hablo de la magia que era tan vieja como la tierra, la que me enseñaron a sentir con cada crepúsculo. Quizás mi familia era muy supersticiosa o solo querían que explorara mi imaginación desde muy pequeña, pero si le preguntaras a mi yo de 5 años por qué florecen los jardines diría que por la magia de las hadas y que los elfos viven en los bosques, que si dos árboles se entrelazan es la entrada al mundo mágico y que los sueños los trae todas las noches un señor de arena. Me hizo preguntarme por qué al crecer luchamos contra el sentimiento de creer en instantes llenos de magia, entrenamos a nuestro cerebro a reconocer todo lo misterioso y fantástico como un error, que de seguro es un simple truco, que nos falló la vista o que hay una explicación lógica para todo.
El momento en que ese primer pez de luz atraviesa al hombre joven, su energía cambia, es como si volviera a ser un niño, emocionado, sorprendido, sin la menor duda de que la magia es real. Para él no son dos mundos que se sobreponen, el recuerdo de esas criaturas fantásticas que habitaron el valle son tan reales como el auto averiado y la arena bajo sus pies. Es capaz de con un simple salto nadar con ellos a la luz de la luna, eventualmente él se vuelve parte del despliegue de magia mientras su cuerpo se llena de luz. El hombre mayor solo es capaz de observar desconcertado todo lo que sucede, precavido a la distancia, alerta mientras analiza un mundo muy distinto al que conoce, fantástico pero desconocido, consciente de es muy pronto para asumir que están a salvo. Y ciertamente no lo estaban.
Justo en ese momento mi cerebro conectó los puntos, entendí porque mientras crecemos el mundo y hasta nosotros mismos adiestramos nuestra imaginación y aprendemos a ser lógicos. Simple, si eres capaz de creer en criaturas fantásticas entonces también tienes que creer en los monstruos.
A diferencia de Three Robots, episodio del que hablamos la semana pasada, Fish Night nos atrapa en una conversación no sobre el mundo que nos rodea sino del que creamos con nuestra propia imaginación. Si tuviese que escoger un solo capítulo de Love, Death & Robots para recomendar, sería este. Disfruta de esta historia aquí.